El entusiasmo que inspiró la tecnología digital quedó rápidamente fagocitado al acabar evidenciando sus responsables el corto alcance de una investigación y visiones para las que sus autores, posiblemente, no supieron articular el equilibrio que permitiera trasladar a lo real y material su desarrollo en el laboratorio virtual. La carencia de unos límites impuestos internamente, que hubieran garantizado el progreso coherente y consistente del camino hacia esta nueva arquitectura intuida en el potencial de la nueva tecnología, dio lugar al alumbramiento de simulaciones de una arquitectura que alentó el deseo de una espectacularidad formal radical.
De la abstracción del blob comprendida como vía de evolución dentro de los parámetros de la nueva tecnología se derivó hacia el delirio de gráficos digitales cuasi-hiperrealistas de visiones descomunales, que formalmente únicamente cabe comprender como síntomas de un estado cultural tendiente a la grandilocuencia vacua. El presente estado de crisis económica está desvelando hasta qué punto durante los primeros años de la década del siglo XXI han sido los de la sublimación del objeto bajo los dogmas del consumismo y lo mediático.
De alguna manera, son evidentes las sustanciales semejanzas de fondo entre la naturaleza de este bolso y la de los llamados edificios-estrella. (La comparación resulta quizá aún más evidente si se efectúa con las torres, museos, resorts, islas artificiales… que han construido en los Emiratos Árabes, reflejo de la comprensión asumida de la arquitectura como otro objeto de lujo más, producto destinado a una clase de alto poder adquisitivo.) Y, de la misma manera que el Tribute Patchwork o cualquier otro de esos escandalosamente caros modelos de bolso o zapatos de firma, estas arquitecturas se distinguen por su in-funcionalidad y ausencia de significado trascendente más allá de la grandilocuencia adherida a su materialidad, a su ser como objetos, a la firma-marca que los convierte en una posesión altamente valorable y deseada.
Ni siquiera se trata de una cuestión de valores estéticos que exuden abiertamente lujo: en 2006, Louis Vuitton incluyó en una de sus colecciones una bolsa laminada completamente idéntica a las que por poco menos de un euro pueden adquirirse en cualquier bazar, pero adornada con el logo de la marca y a un precio desorbitado. La baja calidad de los conceptos arquitectónicos encapsulados por esos refulgentes edificios icónicos y la excesiva atención que reciben y los sobrevalora podría considerarse una equiparable analogía.)
Para la arquitectura, la poderosa influencia de esta concepción desvirtuada sobre el edificio ha provocado un indeseable retorno a una reacción del ser posmoderno y la involución hacia una simplificación y esquematización del hacer y el pensamiento arquitectónico que debemos ver fundamentalmente como expresión clara de esa sustancia del espíritu de nuestro tiempo. La pauperización del lenguaje y la simpleza propositiva de los arquitectos que se encuentran en la cúspide se ha tornado inversamente proporcional a la cantidad de medios económicos y propagandísticos de la que se sirven para continuar incrementando el caché de su nombre y marca, haciendo así persistir el funcionamiento de ese vicioso sistema de retroalimentación cuyo origen todavía resulta ambiguo, puesto que sería preciso analizar si ha sido el progresivo alzamiento del arquitecto en figura icónica dentro de los esquemas de la cultura de la celebridad del hipercapitalismo la responsable de la creciente demanda de edificios icónicos.
Exigiéndoles mayor presencia en los medios que reflexión, la tendencia a la alza de la economía de los tres últimos lustros que permitió y legitimó su proliferación, y el modo en que se produjo su encumbramiento, ha fagocitado a gran velocidad a los arquitectos que quisieron aprovechar un sistema económico, social y cultural pervertido por su debilidad y volubilidad poniendo en serio entredicho su valor profesional. Aparecen ante los ojos que quieren ser críticos ante ellos como meros personajes tramposos que intentan vender su producto prefabricado desde la soberbia y una completa ignorancia, evidenciando de manera cada vez más creciente su imposibilidad de generar una arquitectura creíble. Una arquitectura en la que ellos mismos parecen incluso haber empezado a dejar de creer y que se ha constituido en referencias para otros, infatuados por las ansias personalistas generadas por este modelo de sociedad al que pocos se oponen, que tienen la esperanza de poder llegar a ser también algún día ‘arquitecto –estrella’.
La tecnología digital ha devenido en este contexto la herramienta que ha proporcionado los recursos gráficos y la calidad iconográfica indispensables para visualizar la forma de objetos arquitectónicos cuya grandilocuencia visual ha ido aumentando exponencialmente en paralelo a la vacuidad conceptual de la que eran resultado. La imagen de su espectacularidad y falsa complejidad oculta tras una pátina hipertecnológica se ha convertido en su única explicación.
En las expresiones más recientes de edificio situado en la categoría de objeto de consumo fácil y rápido, estamos asistiendo a la creación de piezas autistas que retornan falsamente hacia un historicismo sin erudición ni ironía, únicamente desesperado por encontrar al Objeto; supuestos virtuosismos geométricos y estructurales o recurriendo a la interpretación esteticistamente frívola de referentes regionales o locales para supuestos ejercicios de contextualización y ‘diálogo’. Se percibe asimismo cómo arquitectos están dejando que sus actuales proyectos pierdan la coherencia que antaño poseyeron, vencidos por este sistema cuyas exigencias agotan u obligan a modificar radicalmente el carácter original de su arquitectura.
Con seguridad, la crisis económica sumada a la persistente crisis de ideas que afecta a la arquitectura propiciará la posibilidad de reformular y reflexionar profundamente, y esto nos permitirá trocar el rumbo de las desacertadas opciones que se han tomado en los últimos años para, sin desandar el camino recorrido, ser críticos hacia una tendencia que nos ha conducido a una vía sin salida, a un momento de absoluta esterilidad. Para ello, será preciso que no consideremos esta recesión como un mero momento de impasse durante el que se dará forzoso descanso a esta concepción de la obra arquitectónica como gran joya caprichosa para que emerja de nuevo, tal vez reforzada. Si bien es muy posible que en los lugares del planeta que aún continúan inmunes a ella, los oligarcas y sus discípulos continúen sosteniendo el flujo de esta tendencia donde sólo es posible ver los aspectos más lamentables e involutivos de la cultura global, la gradual conclusión de este período debe servir para afirmarnos en que es preciso abogar por hacer de éste un verdadero momento de cambio de conciencia que comprenda y redefina la trascendencia de la arquitectura de una manera verdadera, más allá de esa implacable voracidad por un estado de novedad inagotable que se ha manifestado bajo la narcisista monstruosidad de objetos estériles e innecesarios.