Juan Herreros

El Museo Munch tiene prevista su apertura antes del verano.  Es un proyecto que se ha prolongado durante una década, ¿cómo describirías esta experiencia tan dilatada? 

Estos proyectos tan complejos se instalan en la dinámica del estudio y en tu cabeza de arquitecto como enormes centros de gravedad que todo lo impregnan. En su desarrollo se suceden las conquistas y las renuncias y aunque pienso que hay aspectos que podrían haber salido mejor, siento que el resultado es un buen equilibrio entre ambición, calidad, economía e innovación…

En la cronología del proyecto hubo periodos de baja intensidad, ¿temiste que en alguno de esos momentos pudiera cancelarse? 

Tras ganar el concurso, el proyecto fue sometido durante cuatro años a sucesivos procesos de información, discusión y votación en el parlamento de la ciudad en cualquiera de los cuales podría haber sufrido un revés definitivo. De hecho, es la primera vez en la historia de Noruega en que un concurso internacional ganado por un extranjero atraviesa lo que allí se denomina “el proceso político”. Tuvimos que trabajar intensamente para comunicar nuestro proyecto a muy diferentes audiencias y mantenernos plenamente dialogantes durante esos primeros años. 

Un contexto muy distinto al de aquella España pre-crisis en la que cualquier gran proyecto se llevaba adelante sin sopesar necesidades ni consecuencias. 

El componente fundamental de estos procesos es la información. Es muy diferente cuando debes atender a grupos que tienen conocimiento solvente sobre el aspecto del proyecto que les concierne que hacerlo frente a individuos que opinan intuitivamente con irreflexiva vehemencia. Es importante establecer un diálogo muy sereno desde el que abordar la conversación sabiendo que algunos de los participantes serán reticentes al proyecto. Pronto aprendes que es más importante escuchar que convencer y así pudimos pasar de una situación crítica a otra en la que los medios locales resaltan nuestra voluntad dialogante que hemos mantenido durante el proyecto y la construcción del Museo. 

Debe haber sido decisiva a la hora de ayudar el proyecto a superar ese proceso largo y delicado. 

Absolutamente crucial. Las llamadas ‘grandes oficinas internacionales’ no siempre tienen la flexibilidad y la calma necesarias para dedicar mucho tiempo al diálogo. La conclusión más gratificante es que, en un momento, el museo fue “adquirido” por los ciudadanos de Oslo, lo consideraron suyo, y en ese punto nosotros desaparecimos de los medios y las conversaciones: nos convertimos en técnicos llevando adelante un trabajo eficiente.

¿Este diálogo constante y plural supuso introducir cambios notables en la que fue la primera idea que desarrollaste para el edificio?

Los cambios han afectado levemente a la volumetría por un lado y, más notablemente, a los asuntos funcionales del interior. Podemos decir que han sido los propios del desarrollo de un proyecto de esta envergadura con la particularidad de que los inputs de revisión vienen de muy diversos grupos de opinión. Aún así el espíritu original y los argumentos que constituían su narrativa han permanecido, lo que demuestra que tanta participación ciudadana buscaba sobre todo entender las intenciones del proyecto con claridad. Por ejemplo, nosotros diseñamos el edificio para formar parte de un barrio que era solo un proyecto urbanístico. Ignorando este aspecto, los ciudadanos veían el museo como un edificio exento, vertical y excesivamente presente y fue necesario explicar lo que hoy es una evidencia: que es un edificio amable y muy urbano rodeado de edificios residenciales y de una intensa actividad comercial.

Tu arquitectura te ha puesto en relación con el arte con frecuencia. El Museo Munch figura en tu carrera junto al MALBA, la galería Carreras Mújica en Bilbao… 

Nuestro vínculo con el arte es íntimo y mantenemos una conversación permanente con artistas, comisarios y críticos. No buscamos en el arte inspiración formal o mimética sino pistas conceptuales y operativas anticipatorias que nos permiten abordar los temas del momento desde la lentitud y la complejidad de la arquitectura.

Influidos por esta conversación, nuestros espacios expositivos nunca son impositivos y entendemos que los displays del arte necesitan la máxima neutralidad. Estos trabajos, algunos muy pequeños, nos han permitido reflexionar experimentalmente sobre asuntos arquitectónicos como la flexibilidad, ciertas secuencias espaciales o el valor escenográfico de la luz artificial.

También nos ha llevado a plantearnos la evolución de los museos como lugares abiertos, inclusivos, de voluntad socializadora como antídoto contra el carácter selectivo que históricamente ha impregnado de falsa exquisitez una arquitectura que quiere ser dinámica, indeterminada, comprensible…  

El inicio de tu andadura en solitario y el estallido de la crisis marcan el comienzo de la internacionalización de tu trabajo. ¿Cómo has logrado globalizarte sin sacrificar tu raíz local e individual?

La necesidad de reescribir mi práctica profesional a raíz de la disolución de Ábalos y Herreros me obligó a pensar cómo ser arquitecto en aquel momento. Mi conclusión fue que un estudio de tamaño medio, dirigido por un arquitecto con currículum internacional, puede aportar como valor propio la capacidad de ser local en muchos lugares, entender idiosincrasias y ofrecer a sus habitantes una arquitectura en la que, aunque inesperada, pueden reconocerse como en un espejo. 

He escrito mucho sobre este perfil de arquitecto que considero como una forma de aliento y de legado, si se me permite la vanidad, a la gente joven. Hoy ya no es preciso ser grande y construir enorme, se puede trabajar con equipos pequeños en todas las escalas a la vez. Sin duda la conquista más pertinente es la simplicidad y la reinterpretación de la necesidad. No están los tiempos para realizar acciones superfluas o estúpidamente espectaculares.

¿Cómo ves el presente de la arquitectura en España?

La salida de la crisis no ha sido lo suficientemente reflexiva. Mientras estábamos en crisis todos decíamos que si había algo que rescatar de un periodo tan dramático era la corroboración de que determinados excesos no debían haberse cometido. Sin embargo, la llegada de la estabilidad se ha celebrado con una actitud poco comprometida. Me preocupa la imagen que damos si olvidando lo que ha hizo valiosa la arquitectura española en el mundo, se entregan casi obsesivamente los encargos más ambiciosos a los arquitectos del star system buscando una homologación pueril que construye una imagen de inferioridad de los estudios locales que no es real.

¿Y el presente de la enseñanza de la arquitectura?

Es una pregunta muy necesaria. La arquitectura está sufriendo una catarsis profunda con la incorporación de innumerables agendas -sociales, climáticas, políticas…- a su práctica. Quiero pensar que es en las escuelas donde se está haciendo el esfuerzo de dar cabida a esas inquietudes colectivas manteniendo al mismo tiempo la esencia de la arquitectura como una práctica crítica, como un espejo del tiempo presente que me hacen acudir a clase esperanzado.

¿Crees que hay un deterioro cultural grave en general? Están desapareciendo valores hasta no hace tanto respetados y necesarios, como la construcción de un bagaje cultural personal, la dedicación cuidadosa a la lectura…

Comparto esa sensación. No me gustaría pensar que pertenezco a la última generación que ha conocido y se ha servido de la historia de la arquitectura como instrumento experimental de proyecto y que considera que no puede haber ningún buen futuro si renunciamos a ese pasado. Si bien debería haber muchas formas de ser arquitecto, no deberíamos caer en la trampa de renunciar al espacio compartido del cuerpo disciplinar que nos permite cruzar posiciones, ser críticos, manejar léxicos compartidos y, sobre todo, no pensar que estamos inventando nada cuando estamos revisitando asuntos que tienen profundas raíces.

El tema de la lectura es quizá el más complicado. Todavía no está claro cómo vamos a ser capaces de construir un cuerpo intelectual pertinente asentado sobre semejante fragmentación de la información. Quizás la durabilidad y penetración de los discursos deje de ser un valor crucial pero la velocidad del tiempo presente obliga a que todo sea nuevo y efímero con el riesgo de dejar poco poso para que otros puedan construir el mundo con su abono. 

¿Hay algún libro, película, serie… que te tenga interesado ahora mismo?

En mi mesa veo El clamor de los bosques de Richard Powers, Malformalismo de Txomin Badiola y el catálogo de la exposición Genealogías del Arte.

¿En qué proyectos trabajas en este momento?

Estamos muy ilusionados con dos proyectos que mezclan la vivienda social y la de mercado en Marsella y Barcelona. Es necesario demostrar que además de un programa político y social, acabar con la expulsión de las clases modestas a los cinturones segregados de la ciudad es un asunto arquitectónico. Como extensión de esta exploración, estamos trabajando en el proyecto de un nuevo barrio en México que mezclará una cantidad notable de vivienda con un museo de arte contemporáneo. 

Fredy Massad

Arquitecto, crítico y profesor.

Alfredo Massad Japas (fredymassad.com) ha sido beneficiario del Fondo Europeo de Desarrollo Regional con el objetivo de mejorar la competitividad de las Pymes y gracias al cual ha puesto en marcha un Plan de Internacionalización con el objetivo de mejorar su posicionamiento competitivo en el exterior durante 2025 contado con el apoyo del Programa XPANDE de la Cámara de Comercio de Barcelona.